"EL ZEN Y EL ARTE..." Es un clásico de la literatura motociclística.. está en castellano pero nunca lo pude conseguir. Tal vez alguno con mas conocimiento que yo en internet encuentre como bajarlo. Apenas encontré un fragmento en PDF que les comparto aquí. La semana que viene cuando el foro me autorice a colgar enlaces lo paso... pero igual poniendo el nombre en google... San Google te lo soluciona.
El autor se llama Robert Pirsig, y en wilquipedia te cuentan quién es y la historia del libro.
Sin quitar la mano del manillar izquierdo de la moto, puedo
ver en mi reloj que son las ocho y media de la mañana.
El viento, aun yendo a cien kilómetros por hora, es tibio y
húmedo.
Si a esta hora es tan cálido y pegajoso, me pregunto cómo
será por la tarde.
En el viento hay acres olores de las ciénagas junto al camino.
Estamos en un área de Central Plains repleta de miles
de pantanos para la caza de patos, que se extienden hacia el
noroeste desde Minneapolis hasta los montes de Dakota. Ésta
es una vieja carretera de hormigón de dos pistas que no ha tenido
mucho tráfico desde que, hace ya varios años, se construyó
otra de cuatro pistas paralela a ella. Cuando pasamos alguna
marisma de pronto el aire se hace más fresco. Luego, cuando
la sobrepasamos, vuelve a calentarse de repente.
Me siento feliz de estar recorriendo una vez más esta región.
Es una especie de «ninguna parte», famosa por nada que
no sea justamente eso. La tensión desaparece cuando se va por
estos caminos. Damos tumbos a lo largo del machacado asfalto
entre totoras y trechos de vegas y luego más totorales y vegetación
de pantanos. Aquí y allá hay un trecho de agua, y si miras
bien puedes ver patos silvestres al borde de los totorales. Y
tórtolas… Allí hay un tordo alirrojo.
Golpeo la rodilla de Chris y se lo señalo.
—¡¿Qué!? —grita.
—¡Un tordo!
Dice algo que no oigo.
Agarra la parte de atrás de mi casco y aúlla: «¡He visto
montones de esos, papá!».
16
—¡Ah! —vuelvo a gritar. Después asiento con la cabeza. A
los once años a uno no le impresionan demasiado los tordos
alirrojos.
Para eso tienes que madurar. Para mí todo está mezclado
con recuerdos que él no tiene. Como las frías mañanas de hace
muchos años, cuando el pasto de los pantanos se había marchitado
y las cañas se batían con el viento del nordeste. El olor
acre provenía entonces del barro batido por las botas altas,
mientras nos apostábamos
esperando que apareciera el sol
y comenzara la temporada de la caza de patos. O los inviernos,
cuando los pantanos estaban congelados y muertos y yo podía
caminar a través del hielo y la nieve, entre la muerta vegetación,
y no ver otra cosa que cielos grises,
cosas muertas y
frío. Los tordos ya habían emigrado. Pero ahora
en julio están
de regreso y todo está lleno de vida. Cada metro de estos pantanos
está vibrando, chirriando, zumbando y trinando, una comunidad
de millones de cosas vivas viviendo en una especie
de benévolo continuo.
Cuando vas de vacaciones en moto ves las cosas de forma
totalmente diferente. En un coche siempre estás dentro de un
habitáculo y, por estar acostumbrado a eso, no te das cuenta de
que a través de la ventanilla todo lo que ves es sólo una extensión
de la televisión. Eres un observador pasivo y todo se mueve
lentamente a tu lado, como en un marco.
En una moto el marco desaparece. Estás en completo contacto
con todo. Estás dentro de la escena, no tan sólo contemplándola,
y la sensación de presencia es abrumadora. Ese
hormigón que pasa zumbando a diez centímetros de tus pies es
lo real, el material sobre el que caminas está allí mismo, tan
borroso que no puedes enfocarlo, sin embargo en cualquier momento
puedes bajar el pie y tocarlo, y todo el asunto, la experiencia
total, permanece siempre en tu conciencia inmediata.
Chris y yo viajamos a Montana con unos amigos que se
han adelantado, y tal vez vayamos más lejos aún. Los planes son
deliberadamente imprecisos, más por el hecho de viajar que
para llegar a alguna parte. Sólo estamos de vacaciones.
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El autor se llama Robert Pirsig, y en wilquipedia te cuentan quién es y la historia del libro.
Sin quitar la mano del manillar izquierdo de la moto, puedo
ver en mi reloj que son las ocho y media de la mañana.
El viento, aun yendo a cien kilómetros por hora, es tibio y
húmedo.
Si a esta hora es tan cálido y pegajoso, me pregunto cómo
será por la tarde.
En el viento hay acres olores de las ciénagas junto al camino.
Estamos en un área de Central Plains repleta de miles
de pantanos para la caza de patos, que se extienden hacia el
noroeste desde Minneapolis hasta los montes de Dakota. Ésta
es una vieja carretera de hormigón de dos pistas que no ha tenido
mucho tráfico desde que, hace ya varios años, se construyó
otra de cuatro pistas paralela a ella. Cuando pasamos alguna
marisma de pronto el aire se hace más fresco. Luego, cuando
la sobrepasamos, vuelve a calentarse de repente.
Me siento feliz de estar recorriendo una vez más esta región.
Es una especie de «ninguna parte», famosa por nada que
no sea justamente eso. La tensión desaparece cuando se va por
estos caminos. Damos tumbos a lo largo del machacado asfalto
entre totoras y trechos de vegas y luego más totorales y vegetación
de pantanos. Aquí y allá hay un trecho de agua, y si miras
bien puedes ver patos silvestres al borde de los totorales. Y
tórtolas… Allí hay un tordo alirrojo.
Golpeo la rodilla de Chris y se lo señalo.
—¡¿Qué!? —grita.
—¡Un tordo!
Dice algo que no oigo.
Agarra la parte de atrás de mi casco y aúlla: «¡He visto
montones de esos, papá!».
16
—¡Ah! —vuelvo a gritar. Después asiento con la cabeza. A
los once años a uno no le impresionan demasiado los tordos
alirrojos.
Para eso tienes que madurar. Para mí todo está mezclado
con recuerdos que él no tiene. Como las frías mañanas de hace
muchos años, cuando el pasto de los pantanos se había marchitado
y las cañas se batían con el viento del nordeste. El olor
acre provenía entonces del barro batido por las botas altas,
mientras nos apostábamos
esperando que apareciera el sol
y comenzara la temporada de la caza de patos. O los inviernos,
cuando los pantanos estaban congelados y muertos y yo podía
caminar a través del hielo y la nieve, entre la muerta vegetación,
y no ver otra cosa que cielos grises,
cosas muertas y
frío. Los tordos ya habían emigrado. Pero ahora
en julio están
de regreso y todo está lleno de vida. Cada metro de estos pantanos
está vibrando, chirriando, zumbando y trinando, una comunidad
de millones de cosas vivas viviendo en una especie
de benévolo continuo.
Cuando vas de vacaciones en moto ves las cosas de forma
totalmente diferente. En un coche siempre estás dentro de un
habitáculo y, por estar acostumbrado a eso, no te das cuenta de
que a través de la ventanilla todo lo que ves es sólo una extensión
de la televisión. Eres un observador pasivo y todo se mueve
lentamente a tu lado, como en un marco.
En una moto el marco desaparece. Estás en completo contacto
con todo. Estás dentro de la escena, no tan sólo contemplándola,
y la sensación de presencia es abrumadora. Ese
hormigón que pasa zumbando a diez centímetros de tus pies es
lo real, el material sobre el que caminas está allí mismo, tan
borroso que no puedes enfocarlo, sin embargo en cualquier momento
puedes bajar el pie y tocarlo, y todo el asunto, la experiencia
total, permanece siempre en tu conciencia inmediata.
Chris y yo viajamos a Montana con unos amigos que se
han adelantado, y tal vez vayamos más lejos aún. Los planes son
deliberadamente imprecisos, más por el hecho de viajar que
para llegar a alguna parte. Sólo estamos de vacaciones.
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